lunes, mayo 19, 2008

Por la lectura

Ya hace una semana que regresé de vacaciones y aún no distingo bien entre Acá y Allá: todo se me mezcla un poco. Será que es muy fácil acostumbrar los sentidos, un tanto escleróticos por el desuso, a los lugares donde la naturaleza domina al hombre y le hace recuperar una consciencia de la realidad orgánica ya casi perdida: aquí, yo, ahora, en mitad de todo esto..., y nada más. Es tan fácil acostumbrarse -de verdad- sacudirse las pulgas de lo cotidiano y sentirse de algún modo liberado por la falta de trascendencia de los actos propios, por el poco peso de sus reflexiones y su existencia, que incluso una simple experiencia burguesa de contacto superficial me ha dejado tocado y chupándome el dedo ante lo que, ya de vuelta aquí, y como diría Pessoa, “Me soy”.
Con todo esto que os cuento, lo que pretendo en el fondo es sólo justificarme por no haber sido capaz de escribir nada, ni casi leer, en esta semana que llevo en Madrid. No me sentía con fuerzas para aterrizar aún. De hecho, ahora lo hago un poco obligado, como quien se toma un jarabe, porque sé que a la larga me va a sentar bien. El empujoncito para actuar me lo da, sin saberlo, un amigo que me envía un escrito de José Luis Sampedro, que copio a continuación, contra la privatización de la lectura. Como con tantas cosas que circulan a diario por el correo electrónico, no puedo garantizar la autoría del texto; pero estoy de acuerdo en lo que se dice, quien quiera que lo diga.
Oficialmente, he vuelto (se siente...)




POR LA LECTURA


José Luis Sampedro


Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.


Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.


Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.


Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:


a) obtiene algo a cambio.


b) es objeto de una sanción.


Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?


Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.


Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.





¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

4 comentarios:

Karcoma dijo...

Bienaventurado jarabe.

Me temo que muchos de los lectores defenderían el canon si ellos fueran escritores. Es la Europa mercantil. Espero que esa medida nunca llegue a aplicarse.

y qué más da... dijo...

Me temo yo también que así sea, "on the road". Lo natural sería leer todos los días razones en contra del canon por parte de los escritores y, sin embrago, un texto así resulta ser anecdótico y poco menos que un emblema de los menos, un "¡yo no soy de esos!" ¿No crees?
Es triste.
Pero es más triste, quizá, saber que si una medida así se aprueba, no pasará nada. Nunca pasa nada ya, aquí no. Uno irá a la biblioteca y pagará su canon como el capital manda. Y, por qué no, puede que incluso lleguemos a ver publicidad entre las páginas de los libros, qué se yo. Por qué no, repito, si de todo se está en la obligación de sacar partido. La literatura como negocio, la literatura de los niños buenos que escriben con la única esperanza de vender mucho.

Anónimo dijo...

A vuelapluma, y sin leer el artículo ni las siguientes entradas, porque ando fatal de tiempo. Sólo quería decirte...¡que se te ha colado un santo! Al pobre don Jose Luis lo has metido en el santoral al nombrarlo la primera vez, y no creo que a él le agrade ;)

Volveré con calma y te leeré como siempre. Que escriba o no, ya dependerá de mi estado de ánimo y mis ganas de polemizar (que, para qué te voy a engañar, y como es evidente, son muy pocas últimamente).

Espero que lo pasaras bien en tus vacaciones.

y qué más da... dijo...

Qué despiste tengo... Gracias, Marsu. Ya está corregido. No siempre hay que polemizar, con darme la razón ya vale ;)
No, en serio, no estoy muy peleón últimamente.

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.