jueves, octubre 25, 2007

Una isla en el zapato

A George W. la autoestima y la popularidad se le andan sedimentando por alguna parte, debe ser. Tras la cacería infructuosa del hombre de Riad –también conocido como Usāma bin Muhammad bin `Awad bin Lādin-, la invasión del territorio más enemigo en ese momento, el goce orgásmico de matar algunos malos, intoxicar la política internacional, impedir la desaceleración del ritmo al que se muere este planeta, ver colgado al demonio familiar –conocido éste como Saddām Husayn Abd al-Maŷīd al-Takrītī -, y un gran número de etcéteras demenciales, ha debido sentir que aún camina como molesto. Un caminar molesto para un europeo, por ejemplo, es bastante llevadero; pero para George W...
Seamos serios, esa no es manera de sentir el orgullo de ser la cabeza del Imperio. Ser cabeza de Imperio de verdad – a lo George W.-, de testa elevada y mirada bovina, implica un caminar sereno, amortiguado, insensible a aquello que los propios pies pisan. Pero George W., pobre, a pesar de sus intentos por disimular la punzada en al andar, pisa “caca de toro” –traducción libre-, y sin saber aún por qué pero se reconoce a sí mismo que aquello no es todo lo placentero que él espera. El diagnóstico: una isla en el zapato. De modo que ahí están todos en la casita de chocolate blanco buscando remedios caseros –léanse los periódicos- contra este mal de George W. Y es que estas islas de cinco puntas no atienden a razones, o eso parece.

miércoles, octubre 17, 2007

Nada tiene que ver con el Che Guevara

Desde un estado febril, de zozobra griposa, y acurrucado entre mantas, he asistido como lector a una de las polémicas surgidas en torno al aniversario de la muerte de Ernesto Guevara, El Che. Para quien no haya estado al tanto de ésta en particular, decir que todo comienza con El País, concretamente con su nota editorial del día 10 de octubre. Este periódico, que un día fue referente del progresismo en estos lares –para unos más que para otros, eso sí, pero referente al fin y al cabo-, hoy se ha convertido ya descaradamente en una herramienta más al servicio de los intereses mercantilistas de PRISA. Claro que sobre este empeño actual de El País por amurar su proa a estribor, que es de donde sopla el viento, algunos pueden argumentar que es normal, que la información es hoy un producto más, que así de duro es este mar en el que hay que abrirse paso, etc., etc. Sólo que hay quienes pensamos que la responsabilidad en la información es algo más que eso, que merece un punto y aparte.
Pero volvamos al tema central.
Ese pasado día 10, El País arremetió contra la figura del Che. Y lo hizo sin ningún pudor, con un despliegue de lugares comunes, con la arrogancia de quien o desconoce los personajes, las ideas y la historia misma, o lo manipula todo a su antojo; con la estupidez de alguien que se envilece al esgrimir argumentos propios de chascarrillo de bodega. Vergonzoso, en definitiva, muy poco serio, nada propio de un diario que se presuponga de cierto nivel “ético-informativo”, si me dan por válido el palabro. ¿Se pueden imaginar a que me refiero? A cosas como afirmar la pertenencia del Che a una “saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretende disimular la condición del asesino bajo la del mártir”, o que “Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte”. Como es lógico, muchas voces se han levantado para denunciar estos infundios, la manipulación de una información entremezclada de una forma del todo incorrecta, las asociaciones inexistentes y, en general, una falta de rigor forzada al extremo, con el fin de transmitir la intención de este periódico de navegar a barlovento.
No es intocable el Che, ni mucho menos. No es el personaje comercial que aparece, a lo Jim Morrison, en camisetas y gorras. No es el más lúcido pensador del siglo XX, ni tampoco el asesino adicto a la pólvora. Muchas facetas suyas son cuestionables, todo en torno a él se puede –debe- analizar desde distintos enfoques, todo. Lo que no parece resultar aceptable es el insulto a la inteligencia del lector con cuentos de hadas y fábulas admonitorias sobre el hombre del saco, que vuelve una y otra vez a asustar a los niños buenos. Y no han sido voces precisamente “guevaristas” las que han querido ser escuchas a raíz de esa nota editorial de El País, sino las de tantos otros –los más- quienes, independientemente de su opinión acerca de la figura de este guerrillero, no han querido consentir que se hagan malabares torticeros con la historia para aniquilar la diversidad del pensamiento; pues en definitiva, todo este juego retórico de El País poco o nada tiene que ver con el Che Guevara.

martes, octubre 09, 2007

En memoria...


martes, octubre 02, 2007

Las palabras...


Hace unos cuantos meses –demasiados- que acarreo una espinita en mi corazón. Y hoy, con el texto que incluyo más abajo (conferencia de Julio Cortazar en Madrid, en 1981) creo haber encontrado la forma de quitarme esa espinita sin apenas añadir nada por mi parte. En un momento de extraña lucidez , allá por el mes de abril, decidí, casi de un día para otro, abandonar mi forma de lucha, cambiar de táctica. Renunciar al eslogan tantas veces repetido que ya no se escuchaba, a las palabras desprestigiadas, a lo previsible, a los discursos que, lanzados como pelotas de tenis, tenían (tienen) un revés esperándoles al otro lado de la red; palabras, dijo Cortazar, como libertad, justicia, democracia, han sido prostituidas por aquellos a quienes no interesaba el valor de su significado. Estas palabras han quedado como mero significante arrojadizo. De tal modo que mi discurso abiertamente crítico contra este modelo político-económico occidental era mera lluvia cayendo sobre las azoteas impermeabilizadas por muchos años de desidia. Y no podía ser suficiente con evitar ciertas palabras, algún eslogan, sino que había que buscar formas de hacerse escuchar que no encontraran de antemano la resistencia a lo demonizado. Ese es el camino que me he marcado como ruta, simplemente porque creo que es donde más impacto positivo puedo tener.
Por supuesto, este cambio despertó ciertas reticencias entre quienes estaban acostumbrados a mi antiguo estilo, tan agresivo como estéril. Desde entonces he sufrido algunas críticas -no muchas, sutiles- que, lejos de hacerme retroceder, me han dado la fuerza para seguir adelante, porque creo que es para bien, sólo que de esta forma es más difícil para mí. Hoy me quito, entonces, un poco del peso que llevaba encima. Hoy siento que, gracias a este regalo de Cortazar, tengo una oportunidad para comenzar a explicarme.


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LAS PALABRAS...(Julio Cortazar, 1981)

"Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer corno piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas corno monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados. [...] sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deberían brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos muy bien cuales son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras. [...] aquí las estamos diciendo porque debemos decirlas, porque ellas aglutinan una inmensa carga positiva sin la cual nuestra vida tal como la entendemos no tendría el menor sentido, ni como individuos ni como pueblos. Aquí están otra vez esas palabras, las estamos diciendo, las estamos escuchando Pero en algunos de nosotros, acaso porque tenemos un contacto más obligado con el idioma que es nuestra herramienta estética de trabajo, se abre paso un sentimiento de inquietud, un temor que sería más fácil callar en el entusiasmo y la fe del momento, pero que no debe ser callado cuando se lo siente con fuerza y con la angustia con que a mí me ocurre sentirlo. Una vez más [...] surgen entre nosotros palabras cuya necesaria repetición es prueba de su importancia; pero a la vez se diría que esa reiteración las está como limando, desgastando, apagando. Digo: "libertad" digo: "democracia", y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido más hondo, su mensaje más agudo, y siento también que muchos de los que las escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un clisé sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa es la naturaleza misma del clisé y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión [...] ¿Con qué derecho digo aquí estas cosas? Con el simple derecho de alguien que ve en el habla el punto más alto que haya escalado el hombre buscando saciar su sed de conocimiento y de comunicación, es decir, de avanzar positivamente en la historia como ente social, y de ahondar como individuo en el contacto con sus semejantes. Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos. Y es entonces que en las encrucijadas críticas, en los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no siempre nos damos plena cuenta. Ese valor, que debería ser nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor que nos mostraría con una máxima claridad el camino frente a los laberintos y las trampas que nos tiende el enemigo, ese valor del habla lo manejamos a veces como quien pone en marcha su automóvil o sube la escalera de su casa, mecánicamente, casi sin pensar, dándolo por sentado y por valido, descontando que la libertad es la libertad y la justicia es la justicia, así tal cual y sin más, como el cigarrillo que ofrecemos o que nos ofrecen. [...] yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y políticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla. Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso adelante en la búsqueda de nuestro futuro. Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de vida, del estado, de la sociedad y del individuo basado en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual.

Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo conceptos que estamos utilizando aquí [...] para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado sus capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que las cosas no fueron así. Basta mirar hacia atrás en la historia para asistir al nacimiento de esas palabras en su forma más pura, para asentir su temblor matinal en los labios de tantos visionarios, de tantos filósofos, de tantos poetas. Y eso, que era expresión de utopía o de ideal en sus bocas y en sus escritos, habría de llenarse de ardiente vida cuando una primera y fabulosa convulsión popular las volvió realidad en el estallido de la Revolución Francesa. Hablar de libertad, de igualdad y de fraternidad dejó entonces de ser una abstracción del deseo para entrar de lleno en la dialéctica cotidiana de la historia vivida. Y a pesar de las contrarrevoluciones, de las traiciones profundas que habrían de encarnarse en figuras como la de Napoleón Bonaparte y de las de tantos otros, esas palabras conservaron su sabor más humano, su mensaje más acuciante que despertó a otros pueblos, que acompañó el nacimiento de las democracias y la liberación de tantos países oprimidos a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del nuestro. Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos viendo en la mayoría de los países industrializados que continúan decididos a imponer su ley y sus métodos a la totalidad del planeta. Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser viciadas por las peores demagogias del lenguaje dominante. Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate. Las decimos, si, y es necesario y hermoso que así sea; pero ¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? Un ejemplo entre muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba desde mi país, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los aliados y de los nazis. Recuerdo, con asco que el tiempo no ha hecho más que multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: Aquí Alemania, defensora de la cultura». Si, ustedes me han oído bien, sobre todo ustedes los mas jóvenes para quienes esa época es ya apenas una página en el manual de historia. Cada noche la voz repetía la misma frase: .Alemania, defensora de la cultura». La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración, la repetía mientras los teóricos hitleristas proclamaban sus teorías sobre la primacía de los arios puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada como inferior.
La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definición más alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretendía defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras, condenando las formas más audaces y hermosas del arte moderno, masificando el pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes.[...] Mi propio país, la Argentina, proporciona hoy otro ejemplo de esta colonización de la inteligencia por deformación de las palabras. En momentos en que diversas comisiones internacionales investigaban las denuncias sobre los::miles y miles de desaparecidos en el país, y daban a.. conocer informes aplastantes donde todas las formas de violación de derechos humanas aparecían probadas y documentadas; la junta militar organizó una propaganda basada en el siguiente slogan: «Los argentinos somos derechos y humanos». Así, esos dos términos indisolublemente ligados desde la Revolución Francesa y en nuestros días por la Declaración de las Naciones Unidas, fueron insidiosamente separados, y la noción de derecho pasó a tomar un sentido totalmente disociado de su significación ética, jurídica y política para convertirse en el elogio demagógico de una supuesta manera de ser de los argentinos. Véase como el mecanismo de ese sofisma se vale de las mismas palabras: como somos derechos y humanos, nadie puede pretender que hemos violado los derechos humanos. Y todo el mundo puede irse a la cama en paz [...] Y así podíamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que. como se puede comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo. ¿Pero en qué consiste ese deber? Detrás de cada palabra está presente el hombre como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra concepción de la democracia y de la justicia social. Ese hombre que pronuncia tales palabras, ¿está bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el conjunto de sus semejantes sin la menor restricción de tipo étnico, religioso o idiomático? Ese hombre que habla de libertad, ¿está seguro de que en su vida privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la maternidad, está dispuesto a vivir sin privilegios atávicos [...]? Ese hombre que habla de derechos humanos, ¿está seguro de que sus derechos no benefician cómodamente de una cierta situación social o económica frente a otros hombres que carecen de los medios o la educación necesarios para tener conciencia de ellos y hacerlos valer? Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra."

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.